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01-05-2013        Público.es

La muerte de Margaret Thatcher sirvió de motivo para revisitar y debatir el eslogan que la hizo famosa: TINA (There Is No Alternative), o sea, no hay alternativa al capitalismo neoliberal. Mucho se discutió sobre lo que podría y debería haber sido hecho de otro modo y solamente los conservadores (y tal vez ni todos) permanecieron fieles a la bondad absoluta del eslogan. Los indicadores de bienestar de Inglaterra tienen hoy valores muy inferiores a los de la época en que Thatcher llegó al poder. Nada de esto tuvo relieve en la Europa continental y la razón es sencilla: la zona del euro vive de forma aguda una nueva versión de la TINA, las políticas de austeridad impuestas por Alemania. El daño social que la nueva ortodoxia puede causar en Europa es muy superior al que causó en Inglaterra, pero tenemos una moneda que, a pesar de común, es administrada apenas por un país, porque no tenemos un mar del Norte para descubrir petróleo y porque el nivel de bienestar del que se parte es ya bajo en algunos países, como es el caso de Portugal. ¿Estaremos condenados a solo cuestionar eficazmente la nueva ortodoxia cuando los jóvenes europeos asistan al funeral de Angela Merkel y la degradación social haya alcanzado el nivel de catástrofe?

Para responder negativamente a esta pregunta son necesarias dos condiciones: identificar las alternativas y disponer de actores políticos capaces de luchar por ellas. En este momento, en Portugal como en otros países europeos, la reflexión seria sobre estas condiciones fue relegada a los márgenes de la sociedad política, sean ellos los jóvenes indignados y las masas de desempleados decididos a luchar en la calle para huir del abismo del suicidio, o los grupos de activistas e intelectuales forajidos de la mediocridad partidaria para poder pensar críticamente y actuar de manera que no contradiga el pensamiento. En esos márgenes reside la esperanza. El próximo 11 de mayo, los forajidos de la mediocridad partidaria se reúnen en Lisboa en el coloquio Vencer la crisis con el Estado Social y con la Democracia. Me refiero a la iniciativa del Congreso Democrático de las Alternativas. Los participantes saben que se enfrentan a un enorme desafío: identificar, a partir de los márgenes, alternativas que sean menos marginales que ellos mismos. O sea, crear una contra-hegemonía creíble entre los ciudadanos y las organizaciones sociales como condición previa a cambiar los partidos existentes o, en caso de que fuese inviable, a crear nuevos partidos. He aquí los desafíos.

Primero, vencer la barrera de comunicación social, hoy dominada por intereses y comentaristas que, como máximo, quieren que todo cambie para que todo siga igual. Segundo, explotar la idea de que, en la lucha social, la renovación de la izquierda puede venir de los que saben que están en el lado de la dignidad sin distinciones marcadas por los pasados de izquierda y/o de derecha. Tercero, no renunciar a concebir la cohesión social en el único terreno en el que no es la pócima milagrosa de los discursos presidenciales: en la disminución de las desigualdades sociales y en la eliminación de las discriminaciones sexuales, raciales, religiosas. Cuarto, mostrar que la democracia necesita ser constantemente democratizada so pena de ser secuestrada por dictaduras varias, sean éstas el capital financiero, la corrupción endémica, los autarcas dinosaurios, los legisladores que legislan en defensa propia por el encanto de un corto viaje entre los escaños parlamentarios y el bufete de abogados, o los dueños de supermercados que enseñan educación cívica a los portugueses como si estos fuesen una oferta más. Quinto, convencer sobre todo a los jóvenes de que la apatía social es tan antidemocrática como el terrorismo y que hay más activismo más allá de Facebook y Twitter. Sexto, hacer las cuentas de manera que quede claro que los portugueses nunca vivieron por encima de sus posibilidades, excepto el 1% que hizo fortuna en paraísos fiscales, en las sociedades público-privadas, en los fraudes bancarios, en comisiones ilegales de obras públicas innecesarias, en premios de gestión que, al final, fue ruinosa, en honorarios astronómicos de gestores entrenados para dar beneficios a patrones chinos extorsionando los últimos céntimos a consumidores empobrecidos también por el recibo de la luz. Séptimo, dar voz a la lección de la historia europea de que el Estado Social no es un peso o una "grasa" sino un músculo imprescindible de la cohesión social, del desarrollo y de la democracia. Octavo, prestar atención especial a los técnicos de la administración pública y a las fuerzas de seguridad, mostrándoles que la otra cara de la austeridad es el desprecio por la condición de ciudadanía y la represión de la protesta social, y que se deben mirar en el espejo de cada víctima que hayan provocado.


 
 
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Boaventura de Sousa Santos



 
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