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19-06-2017        Nuova Revolución

El reconocimiento de los derechos laborales de las trabajadoras sexuales y la regulación de la gestación subrogada son cuestiones que generan, cada una y por separado, los más enconados debates. Las luchas que subyacen a ambas controversias cuentan, por supuesto, con su propia historia y enfrentan sus propias urgencias en sus respectivos terrenos. Podría parecer, incluso, que nada resulta más imprudente que reunirse para tratar simultáneamente de ambas cuestiones. Sin embargo, dada la importancia del problema subyacente de la autonomía, y de sus límites, para decidir lo que hacemos con nuestros propios cuerpos, ¿cómo no abrir espacios donde intentar desenredar la maraña de intersecciones argumentales entre los dos debates? Este es, justamente, el plan que valientemente propuso la Asamblea Transmaricabollo de Sol el tórrido sábado pasado en el CS La Ingobernable, con su charlasamblea “Soberanías del cuerpo”, en el marco de las actividades de la Plataforma del Orgullo Crítico Madrid 2017.

Mamen Briz Hernández, invitada a la charlasamblea como representante del colectivo Hetaira, pionero en la lucha por los derechos de las trabajadoras sexuales en el Estado español, comenzó su intervención reflexionando sobre el intensivo uso que desde los feminismos abolicionistas se hace de la consigna “contra la mercantilización de los cuerpos”. A partir de la crítica a la arbitrariedad que supone reducir el rechazo al uso del cuerpo para trabajar al ámbito del trabajo sexual, Mamen desplegó una reflexión sobre las violentas dinámicas que se generan, en el seno de los propios feminismos, cuando el dinero y la sexualidad no mantienen la necesaria distancia de seguridad ¿Cómo entender, señaló por ejemplo, que nadie pestañee si comentamos que a veces nos levantamos con pocas ganas de ir a trabajar, mientras que si es la actriz del porno Amarna Miller quien lo hace, se disparen todas las alarmas y arrecien contra ella todo tipo de ataques?

El problema general de la ética del debate interno del feminismo estuvo muy presente a lo largo de sus reflexiones. Desde su experiencia como militante de un colectivo tan expuesto a la polémica como es Hetaira, explicó que resulta crucial entender que existen coaliciones para “avanzar juntas 100 metros, otras 200, y otras kilómetros”. Las fuerzas deberían concentrarse, en la medida de lo posible, en los trayectos que se pueden recorrer conjuntamente, sin que tengamos que cerrar por ello, ni mucho menos, los espacios de discusión. Nada parece más opuesto a crear un clima favorable para la deliberación colectiva, sin embargo, señaló también Mamen y no podría estar más de acuerdo, que acciones como la concentración convocada frente a la Surrofair el pasado mes de mayo, ante cuyas puertas se manifestaron numerosos colectivos, de una forma que recordaba viva y problemáticamente al estigmatizador estilo de las manifestaciones pro-vida ante las clínicas de abortos.

Por mi parte, fui también invitado no tanto como compañero de militancias, que también, sino como investigador en un proyecto sobre ciudadanía LGTBQ, el proyecto INTIMATE que se desarrolla en la Universidad de Coimbra. Como compartí en la asamblea, fue justamente a partir de un estudio comparativo sobre gestación de sustitución en Italia, España y Portugal, en el que tuve oportunidad de entrevistar a padres que lo habían sido por gestación subrogada, como pude cobrar conciencia de la intensidad de las violencias estatales que se despliegan muchas veces sobre quienes recurren a esta técnica en el extranjero. Violencias que sitúan sus historias vitales, en muchos sentidos, al nivel de los exilios de tantas mujeres en busca de cuidados reproductivos en terceros países, especialmente solteras y lesbianas a las que se niega el acceso a las técnicas de reproducción asistida en sus países de origen.

Incluyendo, entre otras, las barreras para el reconocimiento de la filiación, la nacionalidad de los propios hijos e hijas, el hecho de que el Tribunal Constitucional vaya a decidir si una familia homoparental formada por gestación por sustitución allá por el año 2009 es o no es en realidad una familia e incluso, muy recientemente, el que un juez adoptara la medida cautelar de separar a una niña de sus padres, entregándola a los servicios sociales, sin más motivo aparente ni percepción de riesgo para la menor que el haber conducido una gestación subrogada sin pasar por el exilio reproductivo.

Violencias estatales aparte, y de eso algo saben también las trabajadoras del sexo represaliadas por la ley mordaza ante la indiferencia del ayuntamiento del cambio, una de las principales intersecciones sobre las que se discutió fue la que se produce en torno a diferentes formas de movilización social del estigma. Sobre las trabajadoras del sexo, por “vender” o “alquilar” sus cuerpos, como recuerda ese mantra abolicionista sobre la mercantilización del cuerpo del que hablaba Mamen, y al que siempre acompaña la amnesia sobre el hecho de que toda fuerza de trabajo implica una dimensión física. Amnesia estratégica, por supuesto, que viene a disimular que la gran cuestión es, en realidad, la sacralización moral de la sexualidad femenina.

Y sobre quienes deciden gestar para terceras personas, a su vez, a través del estigma no ya de la puta, sino de la “mala madre”, aquella que abandona o vende a sus hijos o hijas por un precio. Ignorando, claro está, el desafío fundamental que quienes deciden gestar para otras lanzan contra los discursos biologicistas o simplemente arcaicos de la maternidad, como el que representa el mater sempre certa est del derecho romano: se puede gestar sin haber sido, sin llegar a ser ningún momento, madre del bebé gestado. Como saben bien las donantes de óvulos y las gestantes para terceros, entre otras, la maternidad no es un proceso biológico, sino social.

Otro interesante punto de intersección que se señaló es el uso de situaciones de explotación o de violencias extremas como la que representa la trata para tomar la parte por el todo y abortar, así, toda posibilidad de debate. Olvidando no solo que la diferencia entre trabajo sexual voluntario y trata sino, sobre todo, que la principal fuente de violencias contra colectivos como el de las trabajadoras sexuales es la indefensión a que las condena su exclusión arbitraria del derecho laboral. Algo muy similar a lo que sucede en el terreno de la gestación subrogada, ya que es la ausencia de legislaciones nacionales que garanticen, entre otros, los derechos de las gestantes en países como España (al contrario de lo que sucede en otros de nuestro entorno como, por no salir del Sur de Europa, Grecia o Portugal) la causa de desplazamientos a escenarios en que las desigualdades económicas y la ausencia de legislaciones garantistas favorece que se generen situaciones de desprotección, empezando por la de las propias gestantes. A la postre, y en relación a esto se produjeron interesantes aportaciones cruzadas, tanto el abolicionismo del trabajo sexual como la nueva ola abolicionista contra la gestación subrogada, en sus más bienintencionadas versiones, se revela ya para muchas como la principal fuente de violencias contra aquellas a quienes se representa como eternas víctimas, carentes por completo de voz, autonomía y capacidad de decisión.

Por lo que se refiere al otro polo de estos debates, el feminismo pro-derechos, es importante señalar la gran diferencia que existe, en mi opinión, entre las luchas feministas por la autonomía corporal y ese “neoliberalismo sexual” con que algunas insisten en confundirlas. A saber, el firme compromiso por anteponer siempre los derechos (laborales, sexuales, reproductivos) a los intereses del empresariado. Esto es algo que han tenido siempre, por cierto, muy claro y como centro de su discurso las compañeras de Hetaira. De igual manera, la protección de la esa red de vulnerabilidades interrelacionadas que implica la gestación subrogada, no debería, a su vez, regularse a medida de los deseos de cualesquiera intermediarios privados. De ahí la importancia de crear las condiciones para un debate verdaderamente plural que permita no ya importar un modelo preexistente de regulación, sino construir colectivamente uno. La propuesta de la Asociación por la Gestación Subrogada en España, por ejemplo, de crear una agencia pública de subrogación podría ser un paso importante en la dirección adecuada.

En cualquier caso, la calidad de debates de este tipo depende enormemente, como señalaba Paula Sánchez, también activista de Hetaira, de que seamos capaces de sobreponernos a los efectos de la enorme ansiedad cultural que las transformaciones de las concepciones heredadas de la sexualidad o de la reproducción tienden a generar. De otro modo, difícilmente podremos escapar a un pensamiento único que parece, por desgracia, casi hegemónico a nivel institucional.

El debate fue, por supuesto, mucho más diverso de lo que consigo reflejar aquí. Tuvimos ocasión de conocer las violencias y abusos policiales que enfrentan las trabajadoras de sexo en Madrid, la diferencia que está marcando su auto-organización en colectivos como AFEMTRAS y la crisis en que la supresión del financiamiento de la Comunidad para la prevención del VIH ha colocado a Hetaira. Hubo también posiciones cerradas contra la gestación subrogada, defensas de la indivisibilidad del vínculo entre gestación y maternidad, debates en torno a las diferencias entre el altruismo con compensación y la regulación comercial. Bienvenidas sean las controversias y los encuentros en los que poder seguir tejiendo redes activistas, consensos y, por supuesto también, irreconciliables y productivos disensos.


 
 
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Pablo Pérez Navarro



 
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